Por: Lcdo. Ernesto J. Torrealba R. CNP - 19.200
En un pequeño pueblo, durante la ocupación romana de Judea, las calles de Jerusalén estaban llenas de movimiento. En medio de esta agitación, había un rabino llamado Jesús, conocido por su sabiduría y por las obras de bien que realizaba. En un sábado, un día sagrado dedicado al descanso y la adoración, una situación especial surgió que llevó a muchos a cuestionar la interpretación de la ley sagrada.
Eran los días en que los fariseos, líderes religiosos, observaban cada acción de Jesús, buscando razones para acusarlo. Ese sábado, Jesús entró en la sinagoga y encontró a un hombre con una mano seca. Los fariseos, con la intención de atraparlo, observaron atentamente, listos para acusarlo de violar el día de reposo si decidía sanar al hombre.
Jesús, consciente de sus pensamientos, decidió aprovechar la ocasión para impartir una valiosa lección. Mirando a su alrededor, preguntó: "Os preguntaré una cosa: ¿Es lícito en día de reposo hacer bien, o hacer mal? ¿salvar la vida, o quitarla?" (Lucas 6:9). La sinagoga quedó en silencio. Los fariseos no podían responder, sabiendo que cualquier respuesta que dieran podría dejarlos en evidencia.
Con compasión en su mirada, Jesús pidió al hombre que extendiera su mano. En un instante, la mano fue restaurada. La gente quedó asombrada, pero los fariseos se enfurecieron, porque su plan de incriminar a Jesús había fallado. Sin embargo, Jesús continuó su enseñanza, explicando que hacer el bien y aliviar el sufrimiento estaban en perfecta armonía con la ley del sábado (The Signs of the Times, 28 de febrero de 1878).
Jesús recordó a los presentes las palabras del profeta Oseas: "Misericordia quiero y no sacrificio" (Mateo 12:7). Con esto, subrayó que el espíritu de la ley era la compasión y el amor, no la mera observancia ritual. También destacó que él mismo era un vivo cumplimiento de la ley, habiéndola guardado perfectamente en todo momento. Nunca violó el sábado, sino que lo honró, demostrando que las obras de necesidad y misericordia no solo eran permitidas, sino que eran esenciales (El Deseado de Todas las Gentes, pp. 254, 255).
Esta enseñanza resonó profundamente en aquellos que estaban dispuestos a escuchar con el corazón abierto. Jesús explicó que "el día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo" (Marcos 2:27). El sábado debía ser una bendición, un tiempo de descanso y renovación, no una carga. Dios estableció el sábado para el beneficio de la humanidad, para que todos pudieran disfrutar de un día de paz y comunión con Él (Deuteronomio 6:24).
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