La Visión de las Sombras Doradas


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Por: Prof. Yudith C. Cordero P. y Lcdo. Ernesto J. Torrealba R. CNP - 19.200

        En un remoto pueblo de la sierra, escondido entre montañas que susurraban al viento, vivía un joven llamado Eidan. Aquel pueblo era famoso no por sus construcciones o paisajes, sino por una leyenda que desde tiempos inmemoriales circulaba entre sus habitantes: el "Círculo de Poder", un misterioso ritual que otorgaba a quien lo realizara la capacidad de ver la esencia de las cosas, el "Dhamma" de la existencia.

        Eidan, como muchos jóvenes de su generación, había oído esas historias en boca de los ancianos. Relatos de hombres y mujeres que, tras pasar noches en trance dentro del círculo, despertaban con una comprensión profunda de la realidad, una visión que transformaba sus vidas para siempre. Pero pocos se atrevían a buscarlo. Decían que para entrar en el Círculo de Poder era necesario estar dispuesto a renunciar a todo lo conocido, incluso a uno mismo.

        Movido por una curiosidad incesante y un sentimiento de vacío que no lograba explicar, Eidan decidió aventurarse a buscar el círculo. Llevaba consigo solo una libreta, donde anotaba pensamientos y visiones, y una manta vieja que había pertenecido a su abuela. La noche era clara, y la luna se alzaba llena, iluminando el camino de Eidan hacia la ladera de la montaña, donde decían que el círculo esperaba a aquellos que lo buscaban con el corazón abierto.


El Encuentro con el Círculo

        Cuando llegó a un claro en el bosque, vio algo extraordinario: en el suelo, rodeado por piedras dispuestas en perfecta armonía, se encontraba el Círculo de Poder. Era más antiguo de lo que imaginaba, y las piedras parecían brillar con un tenue resplandor dorado, como si guardaran una energía de otros tiempos. Sin dudar, se sentó en el centro, cerró los ojos y comenzó a respirar profundamente, siguiendo las enseñanzas de la meditación Vipassana que su abuela, una mujer sabia en el arte de observar la mente, le había transmitido.

        Con cada respiración, sentía cómo las capas de su mente comenzaban a desvanecerse. Primero, el miedo, luego, las expectativas, y finalmente, la noción de "yo". Se convirtió en un mero testigo de su propia experiencia, observando cómo las emociones y pensamientos surgían y se disolvían como olas en el océano. Así estuvo por horas, hasta que, de pronto, tuvo una visión.


La Visión de las Sombras Doradas

        En la visión, Eidan se encontraba en un vasto desierto dorado, iluminado por una luz que no venía del sol, sino de su propio corazón. En el horizonte, surgían sombras que danzaban en un movimiento hipnótico. No eran personas, sino formas abstractas, que parecían cambiar a cada instante, representando algo más profundo que él mismo. Al acercarse, las sombras comenzaron a hablar en susurros.

—Nosotros somos los apegos, las ilusiones que crees sólidas, pero que en realidad no son más que polvo en el viento —dijeron al unísono, y sus voces parecían venir de cada rincón de su mente.

        Eidan recordó entonces las enseñanzas sobre el "Anicca" o impermanencia, y comprendió que esas sombras eran proyecciones de sus deseos, miedos y recuerdos. Intentó tocarlas, pero se desvanecían entre sus dedos como humo, dejándolo solo con la verdad de su naturaleza efímera.

        Mientras observaba las sombras, sintió una oleada de tristeza. Había pasado tanto tiempo buscando en ellas su identidad, tratando de aferrarse a algo sólido en un mundo cambiante. Pero, en el centro de aquella tristeza, algo más comenzó a florecer: una profunda paz. Entendió que en la aceptación de la impermanencia, en el reconocimiento de que nada podía poseer verdaderamente, encontraba una libertad que jamás había experimentado.


El Retorno y la Revelación

        De repente, el desierto se desvaneció y volvió al claro de la montaña. El amanecer comenzaba a pintar el cielo de colores suaves, y el Círculo de Poder, que antes brillaba en tonos dorados, ahora parecía una formación común de piedras. Pero algo dentro de él había cambiado.

        Eidan regresó al pueblo sin fanfarria ni palabras grandilocuentes. A sus vecinos les costaba reconocer al mismo joven inquieto que había subido la montaña. Era el mismo, pero a la vez era diferente: una serenidad inexplicable y una mirada profunda parecían envolverlo.

        Con el tiempo, Eidan comenzó a enseñar a otros a observar sus propias sombras. Los guiaba, no hacia respuestas o certezas, sino hacia una aceptación radical de la impermanencia de todas las cosas. Y así, el Círculo de Poder dejó de ser solo una leyenda de antiguos misterios para convertirse en un viaje interior que cada habitante podía realizar en su propia mente.

        Con cada persona que se atrevía a explorar su propio desierto de sombras doradas, el pueblo se transformaba, poco a poco, en un lugar donde la verdad era vista y respetada, no en los términos de las grandes revelaciones, sino en el silencioso reconocimiento de la danza eterna de la vida y la muerte, del yo y el no-yo, del amor y el desapego.

        Y así, la historia de Eidan y el Círculo de Poder se convirtió en la piedra angular de una nueva manera de vivir, una en la que la paz interior no se encontraba en la búsqueda frenética, sino en la simple y profunda observación de lo que ya está presente.

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