Prof. Yudith C. Cordero P. y Lcdo. Ernesto J. Torrealba R. CNP - 19.200
En una aldea olvidada por el tiempo, donde las montañas susurran secretos al viento, vivía un hombre llamado Aymon.
Era un buscador de respuestas, de esas que no se encuentran en libros, sino en el susurro del alma. Aymon cargaba el peso de su incertidumbre, un equipaje invisible lleno de preguntas: ¿Quién era? ¿Qué propósito tenía su existencia? Un día, el viento le llevó un pergamino viejo, cuyo título rezaba: Los Cuatro Fundamentos de la Atención.
El mensaje parecía hablarle directamente: "Para liberarte de la pena, la codicia y el sufrimiento, sigue el sendero de la atención." Intrigado, Aymon emprendió un viaje al bosque cercano, dispuesto a enfrentarse a su propio ser.
El Primer Sendero: Contemplar el Cuerpo
El bosque le recibió con un abrazo fresco. Sentado bajo un árbol antiguo, Aymon observó su respiración. Cada inhalación era un río que entraba en él, cada exhalación una corriente que se llevaba sus cargas. "Consciente del cuerpo en el cuerpo", recordaba del pergamino. Su mente se detuvo al contemplar su caminar, sus manos, incluso las posiciones de su cuerpo. Todo tenía un propósito, incluso el simple acto de estar de pie.
Esa noche, soñó con su cuerpo transformándose en tierra, agua, fuego y aire. Comprendió que no era más que un mosaico de elementos, tan transitorio como el rocío de la mañana. Y por primera vez en mucho tiempo, sonrió. No era su cuerpo quien debía definirle.
El Segundo Sendero: Contemplar las Sensaciones
En el amanecer, Aymon se concentró en sus emociones. Sintió la alegría del canto de los pájaros, el dolor del recuerdo de un amor perdido. “Cada sensación es un mensajero”, reflexionó. Algunas eran agradables, otras dolorosas, pero ninguna tenía el poder de poseerle. Al mirar al cielo, vio una nube pasar y pensó: Así son mis sensaciones, vienen y van. Era libre de simplemente observarlas, sin apego.
El Tercer Sendero: Contemplar la Consciencia
En su tercer día, Aymon dirigió su atención hacia su propia mente. Descubrió la presencia de la pasión, la ira, incluso el miedo, como si fueran extraños que habían ocupado su casa sin permiso. "Hay ira en mi consciencia", se dijo, y al nombrarla, esta comenzó a desvanecerse. Era como si su simple reconocimiento iluminara las sombras de su mente.
Entendió entonces que su consciencia era como un espejo: a veces sucio, a veces limpio. Y en ambos casos, el espejo seguía siendo espejo. Su esencia no dependía de los reflejos pasajeros.
El Cuarto Sendero: Contemplar los Objetos Mentales
El último sendero le llevó a enfrentarse con sus pensamientos. Estos aparecían como figuras en una danza caótica, algunos hermosos, otros oscuros. Aprendió a observarlos sin involucrarse, como un espectador en una obra de teatro. Al hacerlo, percibió cómo los obstáculos –la duda, la ansiedad, el deseo– perdían su fuerza.
También vio los aspectos más nobles de su ser: la calma, la alegría, la ecuanimidad. No eran simples ideales, sino semillas ya plantadas en su interior, esperando ser cultivadas.
La Revelación
Al séptimo día, sentado bajo el árbol, Aymon se sintió ligero. Su respiración era un océano, su mente un cielo despejado. Comprendió que no se trataba de buscar respuestas, sino de aprender a caminar el sendero de la atención, aquí y ahora. El bosque, el pergamino y sus propios miedos le habían conducido a casa, no a un lugar físico, sino al hogar eterno de su ser.
Y así, Aymon regresó a su aldea. Ya no era el hombre inquieto que se había marchado. Era un peregrino que había descubierto que el propósito no está en el destino, sino en la calidad del viaje.
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