Las Tres Respuestas...

Sabio Aymon

Por: Prof. Yudith C. Cordero P. y Lcdo. Ernesto J. Torrealba R. CNP - 19.200

Un día, en medio de su andar silencioso, se acercó a Aymon un hombre con el peso de una pregunta:


¿Existe Dios? —preguntó el hombre con la convicción de quien busca confirmación.

Aymon lo miró a los ojos, y su respuesta fue simple:

—No.

Más tarde, al caer la tarde, un segundo hombre se aproximó y le hizo la misma pregunta:

¿Existe Dios?

Aymon, en esa ocasión, respondió con serenidad:

—Sí.

Y al llegar la noche, otro hombre, llevado por la misma inquietud, buscó a Aymon y le preguntó:

¿Existe Dios?

Ante esa pregunta, Aymon permaneció en silencio. Cerró los ojos y dejó que el silencio hablara.

Un discípulo de Aymon, llamado Enzo, que había sido testigo de las tres respuestas, se acercó al maestro esa noche, desconcertado. No entendía por qué Aymon había respondido de manera diferente a la misma pregunta, así que le confesó:

—Maestro, no puedo dormir esta noche. Has respondido tres veces, de tres maneras distintas, a la misma pregunta. Al primero le dijiste “no”, al segundo le dijiste “sí” y al tercero no le dijiste nada. ¿Por qué lo hiciste? ¿Acaso la pregunta no era la misma?

Aymon lo miró con una sonrisa tranquila y dijo:

—La pregunta, sí, era la misma, Enzo. Pero quienes la formularon eran diferentes.

Y con esa respuesta, el maestro comenzó a explicarse:

—El primero de ellos era un ateo, alguien que no creía en Dios. Buscaba una respuesta que fortaleciera su convicción, que le diera la tranquilidad de saber que su pensamiento era el correcto. Había venido a mí con su certeza, y en su corazón deseaba que yo le dijera que Dios no existe. Pero yo no puedo alimentar ninguna creencia. Estoy aquí para disolverlas, no para hacerlas más fuertes. Por eso, le dije: "Sí, Dios existe". Solo cuando nuestras creencias son cuestionadas, Enzo, comienza el verdadero camino hacia el conocimiento.

Enzo lo escuchaba atentamente, y Aymon continuó:

—El segundo hombre, sin embargo, era un creyente. Creía en Dios con toda su alma, y había venido a mí esperando encontrar consuelo, deseando que confirmara su fe. Pero yo no estoy aquí para reforzar las creencias de nadie. Estoy aquí para que la mente se libere de ellas, para que pueda elevarse por encima de toda creencia. Así, le respondí que no. A veces, la duda es el inicio de la sabiduría, Enzo.

El discípulo asentía en silencio, comprendiendo la intención de su maestro. Pero aún había algo más por entender.



—¿Y el tercero, maestro? ¿Por qué guardaste silencio ante él? —preguntó Enzo.

Aymon cerró los ojos por un instante, y en su rostro se dibujó una expresión de paz absoluta.

—El tercer hombre no tenía certezas ni incredulidades. No era ni creyente ni ateo. Su pregunta surgía de una verdadera búsqueda. Para él, no era necesario ni un "sí" ni un "no". Lo que él buscaba no podía responderse con palabras, porque hay preguntas, Enzo, cuyas respuestas solo existen en el silencio. Al quedarme en silencio, le mostré el camino. Cerré los ojos para que él comprendiera que, en la quietud de la mente, es donde se encuentra la verdad. A veces, la única respuesta es el silencio.

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