El Espejo de Anastasía...

Anastasia
Por: Prof. Yudith C. Cordero P. y Lcdo. Ernesto J. Torrealba R. CNP - 19.200    


    En una ciudad donde los días parecían repetirse, vivía Anastasía, una mujer de fe inquebrantable. Cristiana desde muy joven, encontraba en la Biblia no solo un refugio, sino una brújula para cada aspecto de su vida. Creía firmemente que todo lo que el ser humano necesitaba saber estaba contenido en sus páginas sagradas. No había verdad fuera de ella, no había conocimiento que no pudiera ser explicado a través de sus palabras.

    Cuando Anastasía decidió inscribirse en un postgrado de orientación educativa, lo hizo con la convicción de que su fe le permitiría destacarse. “La Biblia lo explica todo”, decía con seguridad a sus compañeros. En las primeras semanas, sus profesores le asignaron tareas que requerían análisis y referencias académicas. Anastasía, sin embargo, citaba exclusivamente pasajes bíblicos, convencida de que eran suficientes.

La Primera Fricción

    Una tarde, después de presentar un ensayo, el profesor la llamó aparte.

—Anastasía, tus ideas son interesantes, pero en la investigación científica necesitamos fuentes verificables y datos que podamos contrastar. La Biblia, aunque es un texto invaluable para muchos, no puede ser tomada literalmente como evidencia académica.

    Anastasía sintió que le habían dado una bofetada. Su rostro se encendió de indignación.

—¿Está diciendo que la Palabra de Dios no tiene valor? —respondió, su voz temblando entre rabia y incredulidad.

—No, no estoy diciendo eso —respondió el profesor con calma—. Pero este es un espacio académico, y debemos trabajar con múltiples perspectivas. No se trata de desvalorizar tu fe, sino de ampliar el marco desde el que observamos el mundo.

    Anastasía no escuchó el resto. En su mente, la conversación se convirtió en un ataque directo a su fe. Se sintió sola, incomprendida, como si el mundo entero estuviera en su contra.

Las Quejas y el Rechazo

        Los días siguientes, Anastasía expresó su frustración a sus compañeros. “Nadie me entiende. Todos están en contra de mí”, repetía. Algunos intentaron ayudarla, sugiriendo autores que conciliaban la espiritualidad con el pensamiento crítico, pero ella rechazaba cada consejo.

—Eso no es necesario. La Biblia lo tiene todo —insistía, levantando su ejemplar subrayado y desgastado, como si fuera un escudo.

      Con el tiempo, los demás empezaron a evitarla. No porque no quisieran ayudar, sino porque cualquier sugerencia que hicieran era tomada como un ataque. Anastasía interpretaba cada desacuerdo como una ofensa personal. Pero lo que más la lastimaba era el silencio de los otros. “¿Por qué no quieren ayudarme?”, se preguntaba, sin darse cuenta de que ella misma había cerrado las puertas.


El Encuentro
    Una noche, mientras revisaba notas en la biblioteca, se encontró con una anciana sentada en una esquina. Su aspecto era sencillo, pero había algo en ella que irradiaba serenidad. Llamaba la atención por la forma en que hojeaba un viejo manuscrito, como si cada palabra fuera un tesoro.
La anciana

La anciana levantó la vista y sonrió.
—Pareces estar buscando algo —dijo, como si pudiera leer el alma de Anastasía.

—Estoy buscando justicia —respondió ella, con dureza—. Nadie respeta mi fe. Todo el mundo quiere que piense como ellos.

La anciana cerró su libro con delicadeza.
—¿Justicia o comprensión? —preguntó, con un tono que desarmó a Anastasía.

—Ambas, supongo —dijo Anastasía, cruzando los brazos.

La anciana la invitó a sentarse.

—¿Sabes, Anastasía? La verdad es como un jardín. Cada planta necesita luz, agua y espacio para crecer. Si te aferras a una sola semilla, sin permitir que otras raíces encuentren su lugar, el jardín nunca florecerá por completo.

Anastasía frunció el ceño.
—¿Está diciendo que mi fe no es suficiente?
La anciana negó con la cabeza.

—Tu fe es una flor hermosa, pero no debe temer a otras semillas. La Biblia es una fuente de sabiduría infinita, pero incluso el más sagrado de los textos requiere que sus palabras vivan en el contexto del mundo que nos rodea. Dios no está solo en los libros; está en las estrellas, en la ciencia, en el corazón humano.

Anastasía permaneció en silencio. Era como si las palabras de la anciana hubieran tocado algo que había estado dormido en su interior.

El Espejo

    Antes de irse, la anciana le ofreció un pequeño espejo.
—Cada vez que sientas que alguien te está atacando, mírate en este espejo y pregúntate: ¿Estoy escuchando realmente? ¿Estoy dejando espacio para que la verdad crezca, incluso si no se parece a lo que espero? A veces, las respuestas no llegan desde el exterior, sino desde el interior.
    Esa noche, Anastasía no pudo dormir. El espejo parecía llamarla desde su escritorio. Al mirarlo, no vio solo su reflejo, sino también las palabras que había ignorado, las manos que había rechazado. Por primera vez, se preguntó si su desamparo no era el resultado de los demás, sino de su propio corazón cerrado.

El Renacimiento
    Con el tiempo, Anastasía comenzó a cambiar. No abandonó su fe; al contrario, la profundizó. Aprendió a ver la Biblia no como un muro, sino como un puente. Comenzó a escuchar más y a hablar menos, a buscar la verdad no solo en sus propias creencias, sino también en las perspectivas de los demás.
    Cuando finalmente terminó su maestría, Anastasía entregó un trabajo de grado que sorprendió a todos: un estudio que combinaba principios bíblicos con investigaciones científicas, uniendo lo espiritual (No lo religioso) con lo académico. Su trabajo no era solo un logro académico, sino el símbolo de un corazón que había aprendido a renacer.
    Y aunque su nombre seguía siendo Anastasía, ahora entendía su verdadero significado: una resurrección, no solo de su fe, sino de su capacidad para abrazar el mundo con amor y humildad.

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